Iconografía del portal de Belén


José Luis Trullo.- ¿Qué suceso capital tiene lugar en el portal de Belén para que asuma el papel de polo irradiador, ya no sólo de los ciclos iconográficos de la vida de Jesús, sino del cristianismo en su conjunto? Bien, no es difícil concluirlo: en el portal ha venido al mundo el Salvador, se ha encarnado el Verbo, Dios se ha hecho hombre, ¡nada menos! El portal de Belén es el punto espacial y, sobre todo, espiritual, en el que la historia de la humanidad experimenta un giro absoluto: ha nacido el Mesías, la espera ha concluido, se inicia un nuevo tiempo, ¡aleluya! Los profetas del judaísmo lo anunciaron, la estrella brilló en el momento oportuno: ¡es el principio del fin! Todos los signos apuntaron hacia este momento desde el día de la Caída (cuando contrajimos una deuda que aún no habíamos saldado con nuestro Padre celestial), y todos dimanarán de él también. El portal de Belén no es un sitio cualquiera: es, para el cristiano, el Sitio por antonomasia, el no-espacio fundamental donde se invierte el devenir de la humanidad y en el cual, por la infinita misericordia de Jesús Nuestro Señor, comienza la epopeya que concluirá en el Juicio Final. El portal de Belén es, sí, la puerta del Cielo, el vórtice que succiona todo el tiempo de la Caída para expulsarlo limpio de pecado, redimido de culpa y listo para la salvación del alma de los hombres.



Escribe Giovanni Papini que “el lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del más puros entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre, que debía ser devorado por las bestias que se llaman hombres, tuvo como primera cuna el pesebre donde los brutos rumian las flores milagrosas de la primavera”.  Para poder reinar sobre lo creado, Jesucristo tuvo que emerger de entre el humus primordial: lo más alto ha de plegarse a lo más bajo (el espíritu a la carne) para que lo más bajo puede elevarse hasta lo más alto (la carne hacia el espíritu). La infinita misericordia de el Salvador se revela en el modo en que, siendo el Todopoderoso, accede a encarnarse en la criatura más débil y deseamparada del mundo: un bebé.  Esta transmutación de los contrarios es la que permite la subversión absoluta del mundo tal y como se lo había conocido hasta entonces, y es la fuerza simbólica que fecunda el cristianismo desde dentro y conmueve los corazones a los que roza con sus alas.



No es extraño, pues, que el portal de Belén ocupe en la iconografía cristiana en general, y en la iluminacion de manuscritos en concreto, un papel central. Resulta tan aberrante la sola idea de un códice sin su inclusión, que en uno de los rarísimos casos en los que brilla por su ausencia (nos referimos a las Grandes Horas de Rohan), Marcel Thomas no ha tenido más remedio que aventurar la hipótesis de que la miniatura tuvo que ser sustraída, algo que por otro lado no resulta en absoluto excepcional en la historia de los manuscritos iluminados. Bien es verdad que existen numerosos manuscritos someramente iluminados en los cuales no se incluye miniatura alguna ilustrando ni la Natividad ni la Epifanía, y sí en cambio otras escenas, por ejemplo, del ciclo de la Pasión de Cristo, o de las vidas de los santos predilectos del o de la comitente ; por poner sólo un ejemplo, en las Horas de Daniel Rym (en la Galería Walters de Baltimore) aparecen miniaturas sobre la Anunciación y la Crucifixión de Cristo, pero no de la Natividad ni la Epifanía. En cualquier caso, se puede decir, sin temor a exagerar, que los mejores manuscritos iluminados sí se ajustan a esta norma general.

(Extracto de La puerta del Cielo. Iconografía del Portal de Belén en los libros de horas. Libros al Albur, colección Spirinc, Sevilla, 2017)