Novalis y la nueva Jerusalén


En un texto significativamente poco conocido, La cristiandad o Europa (traducción de Lorena Díaz González, UNAM, 2009), el poeta alemán Novalis plasmó una dolida reflexión sobre la decadencia del cristianismo en la época que le tocó vivir. Tras constatar los signos funestos que le hacen admitir su estado de prostración, sin embargo, logra transformar su pesimismo en esperanza, conminando a quienes comparten su fe a permanecer fieles al Evangelio.

¿Dónde se encuentra aquella fe amada y devota del reino de Dios sobre la Tierra, sin la cual la salvación es imposible? ¿Dónde se encuentra aquella confianza celestial de los hombres, aquella dulce devoción ante las manifestaciones de un alma arrebatada, aquel espíritu de la cristiandad que puede abrazarlo todo?

El cristianismo posee una sustancia tripartita: la primera es el elemento generador de la religión, la dicha propia de toda religión; la segunda es el vínculo con todo lo inabarcable, la comunión por medio del pan y el vino con la vida eterna; y la última es la fe en Cristo, en su madre y en los santos. De entre ellas elijan alguna, escojan las tres, es indistinto; serán cristianos y miembros de una única, eterna e indeciblemente dichosa comunidad. La última y más perfecta forma del cristianismo evolucionó para resurgir a partir de la antigua fe católica. Su omnipresencia en la vida, su amor al arte, su profunda humanidad, lo inquebrantable de sus votos, su dicha en la indigencia, su amistosa expansión entre los hombres, su obediencia y lealtad, la volvieron la auténtica religión erigida con los rasgos esenciales de su constitución.

Dicho cristianismo se ha purificado con la corriente del tiempo; en entrañable e indivisible unión con las otras dos formas del cristianismo hará eternamente dichosa a esta tierra. La forma casual del cristianismo casi está destruida, el antiguo papado yace en la tumba y por segunda ocasión Roma se ha convertido
en ruinas. ¿No debería resurgir en Europa una comunidad de almas auténticamente santas? ¿Acaso no deberían anhelar plenamente el cielo sobre la tierra y reunirse entusiasmados para entonar sus coros?

La cristiandad debe resurgir, restaurarse, configurarse de nuevo como una Iglesia manifiesta; ignorando las fronteras nacionales habrá de acoger en su regazo a todas las almas sedientas de lo supraterrenal, transformada en digna mediadora entre el mundo antiguo y el nuevo. Debe verter una vez más la antigua cornucopia de la bendición sobre los pueblos.

La cristiandad se alzará del sagrado seno de un venerado concilio europeo y la tarea de la resurrección religiosa será orientada por divinos planes universales. Nadie protestará más por la coacción cristiana y temporal, pues su esencia será la libertad y todas las reformas estarán bajo su dirección, como procesos de un Estado pacífico y ceremonioso.

¿Es demasiado pronto o muy tarde? No debemos preguntarlo. Seamos pacientes; vendrá, tiene que llegar la época sacra de la paz eterna, en que la nueva Jerusalén será la capital del mundo; hasta entonces manténganse serenos y animosos ante los peligros del tiempo; compañeros de mi fe, anuncien el santo Evangelio con palabras y actos; permanezcan fieles a la auténtica e infinita fe, hasta la muerte.




En Speculum reunimos textos e imágenes de la tradición occidental
desde una perspectiva abiertamente cristiana
con el propósito de contribuir a su mejor conocimiento,
en la convicción de que el saber es el mejor camino hacia la fe.



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(traducción inédita)

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(reflexión)

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(aforismos inéditos)

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(poemas inéditos)

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(avance editorial)

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(análisis iconográfico)

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(avance editorial)

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(retrospectiva literaria)

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(opinión)

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(semblanza)

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