Eckhart y el testimonio de lo inefable


Ilse M. de Brugger.- Conservamos del Maestro Eckhart una importante, si bien fragmentaria, colección de obras y esbozos de prédicas, escritas en latín. Pero su verdadera fama se debe a sus tratados y sermones en alemán, hecho que comprueban los numerosísimos códices y manuscritos conservados y reencontrados que nos permiten conocer esta parte de su actividad, mientras la obra latina nos ha llegado sólo en pocos ejemplares. La obra alemana se conserva, en cambio, en numerosos manuscritos exceden los doscientos, y aún se siguen encontrando nuevos manuscritos y trozos dispersos en algunos códices. Los tratados en alemán cuya autenticidad parece exenta de dudas son Die rede der underscheidunge (Pláticas instructivas); Daz buoch der goetlichen troestunge (El libro de la consolación divina); Von dem edeln menschen (Del hombre noble); Von abegescheidenheit (Del desasimiento). El libro de la consolación divina y Del hombre noble pertenecen juntos al llamado Liber «Benedictus». Del hombre noble es un sermón y Del desasimiento, un breve tratado.

La prédica pronunciada en alemán y los tratados escritos en este idioma, tienen su origen en las actividades de los dominicos y franciscanos. «Desde un principio formaba parte del programa de las órdenes mendicantes comunicar al pueblo las doctrinas en las que, hasta ese entonces, estaba iniciado únicamente el reducido número de teólogos. Hacia ello apunta el lema de los dominicos: contemplata allis tradere [transmitir a otros lo contemplado]. De este programa derivó la necesidad de hacerse entender por el pueblo en su idioma. El lenguaje, estirado hasta el extremo, debía a esos esfuerzos un fomento más allá de sus posibilidades naturales».

Fue así como los predicadores contribuyeron decisivamente al enriquecimiento del lenguaje, tanto con la introducción de nuevas voces —cuyo contenido debía corresponder al de las palabras latinas que les servían de modelo— como con una mayor flexibilización de la prosa, hasta entonces poco elaborada, para expresar pensamientos abstractos y vincularlos fluidamente con los habituales «ejemplos» y anécdotas, tomados de la vida cotidiana. Si esto ya valía para la prédica corriente en alemán, cuánto más para los sermones de alto vuelo, pronunciados por predicadores empeñados en acercar sus oyentes a las cumbres místicas. De esta manera nace una expresividad muy sui generis, porque se realiza una incesante lucha con el idioma y contra él para aprehender lo «inefable», término que en su versión alemana «unsprechelich» como lo usa Eckhart, se encuentra «por primera vez en la literatura mística»33. Lo que se quiere decir no tolera ser aprisionado dentro de la expresión conceptual y, por otra parte, se intenta incansablemente encontrar un acceso a la «realidad» sobrenatural, sentida e intuida. Las pobres palabras son incapaces de llegar a las alturas de lo trascendental y a la intimidad del Dios inmanente dentro de la propia alma. «Las palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras». El propio Eckhart llega a dar a la lengua alemana una riqueza poco menos que milagrosa.

El maestro, para quien la Palabra, el Verbo divino, constituye el centro de sus especulaciones, ha de trabajar también con nunca decreciente afán en la forjadura del único instrumento que posee para comunicarse con sus oyentes: el idioma. Son dos las dificultades que tiene que superar: la inmadurez del idioma vulgar y el carácter del mensaje religioso que elude las posibilidades de la expresión humana. La segunda dificultad es la que más se evidencia en la tradición mística de todos los tiempos y todas las regiones del orbe. Con razón señala Quint que ya la palabra «mística» en sí apunta a un fenómeno pletórico de misterio. Este hecho ¡cuánto más vale cuando se trata de profundizar en su contenido!

Esas enormes dificultades dan su cuño característico a la expresión mística en general, y en especial al vocabulario y estilo de Eckhart. Se ha dicho de él, acertadamente, que «no cabe duda de que justamente el Maestro Eckhart, el más espiritual entre los místicos antiguo-alemanes, el pensador más profundo y osado entre ellos, es no solamente el más poderoso poseedor del idioma, sino también el máximo creador idiomático para proclamar el saber místico». Eckhart se parece a un hombre empeñado en continua búsqueda que intenta captar aun aquello que tan sólo se encuentra en las interminables extensiones del desierto, o en las cumbres más inhóspitas, aquello que se esconde en la oscuridad o se ofrece dentro de una luz tan clara que el ojo humano no lo puede divisar con suficiente nitidez. Avanza a tumbos, pero avanza al fin para sólo encontrarse con una parte de la verdad. Y aun donde piensa haberla aprehendido, ella brilla en colores tan fuertes que no caben dentro del espectro de la expresión humana, sino que reclaman otra definición y otra más sin que éstas nunca coincidan del todo con lo intuido.

Hay que darse cuenta de esa nunca cesante lucha con la expresión para interpretar en su justo valor no sólo las peculiaridades del lenguaje eckhartiano sino también su porqué. Unicamente entonces se revela la razón íntima de sus medios estilísticos: la repetición que no es simple reiteración sino que obedece al propósito de subrayar lo dicho y hacerlo resaltar desde varios ángulos dentro de un contexto a veces levemente cambiado. Son numerosas, también, las acumulaciones mediante las cuales el predicador trata de aclarar relaciones espirituales e insistir en algún punto central para él. De deliciosa simpleza y pronunciado valor explicativo resultan las comparaciones y ejemplos tomados de la realidad cotidiana, de algún cuento, o también basados en observaciones de la vida animal, vegetal o mineral, etcétera. Los paralelismos permiten echar una luz más clara sobre lo dicho y dar explicaciones que facilitan la comprensión. Las hipérboles ofrecen una vaga idea de la grandeza de las ideas tratadas, y con el oxímoron el predicador se acerca audazmente a la expresión, al parecer imposible, de hechos intuidos y contemplados que en realidad sobrepasan el entendimiento humano. A todo ello se agrega la introducción en el idioma de neoformaciones, especialmente de sustantivos abstractos, verbos sustantivados que implican la existencia de un proceso, de un devenir, etcétera. Pero no viene al caso hablar de hechos lingüísticos que sólo se refieren al idioma original de Eckhart y que, en primer lugar, interesan al filólogo.

Indudablemente, Eckhart exige mucho de sus oyentes e incluso tuvo que defenderse aún en vida contra un reproche que tampoco se acalló después de su muerte: ha expuesto los problemas más difíciles a gente iletrada, tratando temas y aspectos que —según la opinión de sus críticos— debería haber reservado para la enseñanza en latín, o sea la lengua universal de los doctos. Una vez, él explica el porqué de su actuación, diciendo:

«Dirán también que estas enseñanzas no se deberían decir ni escribir para la gente iletrada. A eso digo: Si no se debe enseñar a la gente iletrada, nunca nadie llegará a letrado y en consecuencia nadie sabrá enseñar o escribir. Porque se enseña a los iletrados para que de iletrados se conviertan en letrados. Si no hubiera cosas nuevas, nada llegaría a ser viejo».

A continuación remite a sus críticos al comienzo del Evangelio de San Juan, donde se exponen los temas más sublimes y más difíciles de entender sin tomar en cuenta que posteriormente se han producido muchas interpretaciones equivocadas.

Por otra parte, el maestro es el primero en reconocer que no todos pueden acompañarlo en su vuelo hacia lo inefable. Los tranquiliza, diciéndoles: «Quien no lo comprende, que no se preocupe». Y, en otra oportunidad les explica:

«Quien no comprende este discurso, no debe afligirse en su corazón. Pues, mientras el hombre no se asemeje a esta verdad, no habrá de comprender este discurso; porque se trata de una verdad no velada que ha surgido inmediatamente
del corazón de Dios».

También les dice en tono de prevención:

«Si no la comprendéis [la verdad de que hablaré a continuación], no os preocupéis, porque hablaré de una verdad tal que sólo unas pocas personas buenas habrán de comprenderla».

Pero la verdad subsiste independientemente de la comprensión de sus oyentes:

«Si pudierais entender [las cosas] con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice».

Guiado por esa Verdad, Eckhart suele partir en sus tratados y sermones de uno o varios textos bíblicos a los cuales cita a menudo con cierta libertad, de acuerdo con la idea que desea expresar y explicar. En general, su método de interpretación corresponde a las usanzas de su época. Busca símiles y metáforas para aclarar los pasajes bíblicos. Una vez da una como regla de interpretación para la Sagrada Escritura: «Si hay en ella una cosa de sentido burdo, hace falta interpretarla; pero para hacerlo se necesita del símil».

Así lo enseñan, según él, los maestros. Además y sobre todo, insiste en la necesidad de hallar el sentido oculto, el mensaje simbólico trascendental por debajo de la interpretación literal. Lógicamente, este buceo en las honduras de la Sagrada Escritura lo convierte a veces en escritor y predicador «difícil». Fuera de las dificultades que ofrece la tradición defectuosa sobre todo de sus sermones —ya mencionada anteriormente— la interpretación sistemática se halla ante otro escollo: el hecho de que su doctrina no fue expuesta en forma lógicamente continuada, sino que se halla dispersa en sus homilías. Un estudioso tan empapado de la obra latina, como es su editor Josef Koch, ha confesado: «A pesar de haberme ocupado de él durante largos años, no puedo afirmar que yo comprenda todo cuanto escribió». Koch se refiere en primer término a la obra escrita en latín, pero sus observaciones pueden aplicarse lo mismo a la obra alemana. Este autor opina: «Nos hallamos en la situación —acaso no repetida en ningún otro pensador de la Edad Media— de que tenemos que descifrar la metafísica de Eckhart partiendo de sus comentarios a la Sagrada Escritura».

En verdad —una verdad insoslayable— sólo un místico de la talla del Maestro Eckhart sería capaz de tener una comprensión intuitiva, igualmente difícil de ser expresada en forma discursiva. Por ello, ante semejante obra, sólo puede haber aproximaciones, «balbuceos» y al final, el humilde silencio, tal como en forma incomparablemente más elevada lo guardan los verdaderos espíritus iluminados ante lo «inefable».

(Extracto del prólogo a la edición de los Tratados y sermones publicados por Ediciones del Toro).





*


*


*

*


*

(traducción inédita)

*

(reflexión)

*

(aforismos inéditos)

*

(poemas inéditos)

*

(avance editorial)

*

(análisis iconográfico)

*

Juan Ramón Jiménez: 
ese animal de los fondos luminosos
(poema)

*

(avance editorial)

*

(retrospectiva literaria)

*

(opinión)

*

(semblanza)

*


Una iniciativa de Cypress Cultura